
Solo lo dejaba para ir a trabajar y en sus necesarias salidas de aprovisionamiento.
En su trabajo aunque no era querido, si que era apreciado profesionalmente, atraía a muchas mujeres al puesto en que trabajaba de carnicero. esas odiosas mujeres que lo miraban lascivamente, se lo comían con los ojos. Gustaba a las mujeres, y también a algunos hombres.
Aquel día, al llegar a casa abrió el congelador, se sonrió y preparó la cena, carne y agua. Su menú diaro. Una vez acabada descolgó el teléfono y marcó.
-¿Dígame? -contestó una voz masculina.
-Luis, te espero esta noche a las 11 donde siempre.
-¿Ya? Cada vez te dura menos.
-Venga, y no te olvides esta vez la lona.
Colgó el teléfono y se dirigió al baño, se dio una ducha fría y fue desnudo hasta el armario,
se vistió con ropa deportiva y salió a la calurosa noche.
No es que le fuera hacer jogging, lo consideraba una pérdida de tiempo. El con sus ejercicios en casa, durante 30 minutos le era mas práctico que estar 2 horas corriendo. Le gustaba estar en forma, le facilitaba su labor en estos días.
Siempre hacía el mismo circuito, en la ribera del Ebro, y paraba a hacer estiramientos en el mismo banco de madera, a 50 metros de la furgoneta de Luis.
Pasó a su lado cuando éste se incorporaba, ella le miraba su trasero. Enrique le sonrió y se puso a correr unos metros detrás. Ella no se percató, con los cascos y la música de su MP3. Una compenetración perfecta. Al llegar a la altura de la furgoneta la puerta lateral se abrió y Enrique propinó un empujón a la chica que le hizo caer dentro. No le dio tiempo ni a chillar. Un pinchazo en el cuello la redujo y se desvaneció.
-Buen trabajo, tienes 10 minutos. Salió y cerró a puerta, se alejó unos metros y dejó a Luis con la muchacha.
Solo le hicieron falta 5, abrió la puerta mientras terminaba de subirse los pantalones y se montó delante para conducir. Enrique montó atrás y la envolvió con la lona. Llegaron al garaje y aparcaron junto a la puerta de los ascensores. Subió al piso por las escaleras, vivía en la primera planta, nadie a la vista. Dejó la puerta abierta y bajó de nuevo al garaje.
Cogieron el bulto entre los dos y la subieron, no les costó más de dos minutos. La desenvolvieron y la dejaron en el suelo de la habitación, se despidieron.
Enrique se quedó con la chica, la desnudó y se desnudó. Guardó cuidadosamente las ropas en el armario. Sacó sus herramientas y comenzó su misión. En dos horas había terminado, se ducho para limpiarse la sangre que le había salpicado y se acostó. Mañana almorzaría unos buenos sesos rebozados.
1 comentario:
Este relato me parece, hasta ahora, el más fuerte y quizás desagradable por tu buenísima descripción.
La foto..........por dios............no me gusta.
Te sigo leyedo con sumo interés
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