11 agosto 2009

2. ENRIQUE



Odiaba su trabajo, odiaba a su jefe, odiaba a su hermano, odiaba a su ex-mujer, odiaba a mucha gente. Solo con una mirada a una persona ya decidía si debía odiarla o no. Solo tenía un amigo en el mundo, Luis, su cómplice en muchas de sus andanzas nocturnas. Pero aún así no sabía hasta que punto podía confiar en él. Quizá algún día de estos debería romper esa amistad.
Era tal su desconfianza en todo lo que le rodeaba que vivía aislado en su apartamento de 40 metros cuadrados, compuesto de una cocina pequeña, un baño también pequeño y una sola habitación bastante grande pero con un reducido mobiliario, una cama con una mesilla de noche, un armario, una mesa pequeña con una silla de madera, unas pesas, un banco de abdominales y en un rincón un arcón congelador de grandes dimensiones.
Solo lo dejaba para ir a trabajar y en sus necesarias salidas de aprovisionamiento.
En su trabajo aunque no era querido, si que era apreciado profesionalmente, atraía a muchas mujeres al puesto en que trabajaba de carnicero. esas odiosas mujeres que lo miraban lascivamente, se lo comían con los ojos. Gustaba a las mujeres, y también a algunos hombres.
Aquel día, al llegar a casa abrió el congelador, se sonrió y preparó la cena, carne y agua. Su menú diaro. Una vez acabada descolgó el teléfono y marcó.
-¿Dígame? -contestó una voz masculina.
-Luis, te espero esta noche a las 11 donde siempre.
-¿Ya? Cada vez te dura menos.
-Venga, y no te olvides esta vez la lona.
Colgó el teléfono y se dirigió al baño, se dio una ducha fría y fue desnudo hasta el armario,
se vistió con ropa deportiva y salió a la calurosa noche.
No es que le fuera hacer jogging, lo consideraba una pérdida de tiempo. El con sus ejercicios en casa, durante 30 minutos le era mas práctico que estar 2 horas corriendo. Le gustaba estar en forma, le facilitaba su labor en estos días.
Siempre hacía el mismo circuito, en la ribera del Ebro, y paraba a hacer estiramientos en el mismo banco de madera, a 50 metros de la furgoneta de Luis.
Pasó a su lado cuando éste se incorporaba, ella le miraba su trasero. Enrique le sonrió y se puso a correr unos metros detrás. Ella no se percató, con los cascos y la música de su MP3. Una compenetración perfecta. Al llegar a la altura de la furgoneta la puerta lateral se abrió y Enrique propinó un empujón a la chica que le hizo caer dentro. No le dio tiempo ni a chillar. Un pinchazo en el cuello la redujo y se desvaneció.
-Buen trabajo, tienes 10 minutos. Salió y cerró a puerta, se alejó unos metros y dejó a Luis con la muchacha.
Solo le hicieron falta 5, abrió la puerta mientras terminaba de subirse los pantalones y se montó delante para conducir. Enrique montó atrás y la envolvió con la lona. Llegaron al garaje y aparcaron junto a la puerta de los ascensores. Subió al piso por las escaleras, vivía en la primera planta, nadie a la vista. Dejó la puerta abierta y bajó de nuevo al garaje.
Cogieron el bulto entre los dos y la subieron, no les costó más de dos minutos. La desenvolvieron y la dejaron en el suelo de la habitación, se despidieron.
Enrique se quedó con la chica, la desnudó y se desnudó. Guardó cuidadosamente las ropas en el armario. Sacó sus herramientas y comenzó su misión. En dos horas había terminado, se ducho para limpiarse la sangre que le había salpicado y se acostó. Mañana almorzaría unos buenos sesos rebozados.

1 comentario:

Reflexiones de Emibel dijo...

Este relato me parece, hasta ahora, el más fuerte y quizás desagradable por tu buenísima descripción.
La foto..........por dios............no me gusta.
Te sigo leyedo con sumo interés

NO A LA GUERRA

  sin comentarios, sobran las palabras, gracias.